Ruta por el Románico del Empordà: Piedra, viento y memoria

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Ruta por el Románico del Empordà: Piedra, viento y memoria

Cuando pensamos en el Empordà, a menudo nos vienen a la cabeza paisajes de costa, pueblos con encanto y figuras como Dalí o Josep Pla. Pero más allá de eso, existe un patrimonio que resiste el paso del tiempo casi en silencio: el románico.

Esta ruta propone un recorrido por algunos de los espacios más significativos de esta milenaria arquitectura en la comarca. Monasterios, iglesias, castillos y yacimientos que explican cómo era la vida en el Empordà hace siglos, y que hoy se pueden visitar con calma, sin grandes aglomeraciones, y con la ventaja de estar cerca de unos de otros.

Es una propuesta para descubrir el territorio desde otra mirada, conectando historia, paisaje y cultura. Sin prisas, y con el interés de ver lo que a menudo queda fuera del foco, pero que forma parte esencial de la identidad del país.

Sant Feliu de Guíxols: la puerta de entrada

Al sur de la ruta, la villa marinera de Sant Feliu de Guíxols nos abre la puerta al viaje. El Monasterio de Sant Feliu de Guíxols, con más de mil años de historia, es un símbolo vivo de la persistencia románica en un entorno costero.

El edificio actual mezcla estilos, pero conserva dos elementos esenciales de su origen medieval: la Porta Ferrada, un imponente pórtico prerrománico que da nombre al festival más antiguo de Cataluña, y las dos torres románicas: la del Fum y la del Corn, que servían para alertar a la población ante peligros. El recinto es hoy un espacio vivo: alberga el Museo de Historia de la Ciudad y exposiciones de arte contemporáneo, conectando pasado y presente.

Es el punto de inicio ideal porque representa la doble esencia del románico ampurdanés: piedra sagrada y estructura funcional, espiritualidad y defensa, arte y memoria.

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Monestir de Sant Feliu de Guíxols

De la piedra a la magia: Santa Cristina de Aro

Seguimos hacia Santa Cristina de Aro, donde el románico se combina con lo imprevisto. Aquí encontramos dos iglesias románicas: Santa María de Bell-lloc d'Aro, de origen prerrománico, en medio del bosque; y Sant Martí de Romanyà, pequeño templo de una sola nave, situado en un lugar donde el silencio parece querer hablar. Esta iglesia además guarda los restos de la gran escritora Mercè Rodoreda.

Pero la sorpresa llega con la Casa Mágica, un museo único dedicado al ilusionismo, ideado por el mago Xevi. Dentro, se exponen objetos, carteles, juegos y mecanismos que cuentan la historia de la magia, en un recorrido lleno de encanto. Es como si el románico y el misterio se dieran la mano: uno habla de fe, el otro de fantasía.

La Bisbal de Empordà: cuando el románico es civil

Dejamos atrás la magia para entrar en una villa donde el románico se convierte en arquitectura cotidiana. La Bisbal d'Empordà, conocida por su cerámica, conserva el Castell-Palau de los Obispos de Girona, una construcción del siglo XI considerada una de las muestras más importantes de románico civil catalán. Su torre, los muros robustos y las ventanas geminadas hablan de un tiempo en el que la autoridad religiosa y política se manifestaba también a través de la piedra.

A pocos minutos a pie, encontramos el Terracotta Museo de Cerámica, instalado en una antigua fábrica, donde se puede ver cómo la tierra y el fuego han moldeado la cultura de este pueblo. El diálogo entre el castillo medieval y las alfarerías nos recuerda que el arte no vive solo en las iglesias: también se cuece en los hornos.

Ullastret: antes del románico

Antes de seguir con el románico puro, hacemos una pausa para entender los cimientos más antiguos del territorio. Ullastret es el yacimiento ibérico más grande de Cataluña. Situado sobre una colina, conserva murallas, cisternas, calles y casas de los siglos IV y III a. El conjunto nos muestra cómo vivían los indigets, un pueblo que ya veneraba el paisaje y dominaba la técnica constructiva mucho antes de que llegara el cristianismo.

Es una lección de perspectiva: para entender el románico, es necesario saber de dónde venimos. Y en Ullastret, puedes verlo con los ojos y sentir con la intuición.

Palau-Sator i Fontclara: la discreción encantadora

Junto a Ullastret, la pequeña villa de Palau-Sator y la iglesia de Sant Pau de Fontclara ofrecen una imagen diferente del románico: íntimo, rural, casi secreto. Esta pequeña iglesia conserva pinturas murales y una estructura que ha resistido siglos de silencio. No es monumental, pero emociona. En estos lugares, el románico no impone: acoge.

Roses y la Ciutadella: el peso de la historia

Llegamos a Roses, donde la Ciutadella nos muestra cómo las capas de la historia se acumulan como estratos de una roca. El recinto amurallado incluye restos griegos (la colonia de Rhode), romanas, visigóticas y medievales. En el centro, las ruinas del monasterio de Santa María de Roses, del siglo XI, nos hablan de un románico de frontera, activo, que vivió saqueos, reconstrucciones y finales trágicos.

El ábside central, con decoración lombarda, se mantiene como símbolo de resistencia. Visitar la Ciutadella es una experiencia arqueológica, pero también emocional: cada piedra parece guardar un suspiro antiguo.

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Ciutadella de Roses

Vilabertran: el silencio hecho piedra

Continuamos hacia Vilabertran, donde la canónica de Santa Maria es uno de los conjuntos románicos mejor conservados de Cataluña. Fundada en el siglo XI, combina la austeridad propia de la orden con una elegancia arquitectónica sutil. El claustro, la iglesia y la sala capitular crean un espacio en el que todo parece ordenado para inspirar paz.

La canónica ha sido escenario de las Schubertíades, encuentros musicales de primer nivel. El diálogo entre música y piedra aquí es natural. Es un sitio para respirar lento, para parar y escuchar.

Rabós y Sant Quirze de Colera: románico primitivo y puro

Nos adentramos en tierras de paso antiguo, donde la naturaleza es más salvaje y el románico se muestra sin adornos. El monasterio de Sant Quirze de Colera, en medio de un paisaje marcado por dólmenes y menhires, es un ejemplo impresionante del románico inicial: sobrio, fuerte, esencial.

Pese a estar en ruinas parciales, su estructura de tres naves, los ábsides, el claustro y las pinturas murales conservadas dan una idea clara de lo que fue. Aquí no hay lujo: existe espíritu. El silencio que rodea a este lugar es un legado tan valioso como sus piedras.

Sant Pere de Rodes: culminación y leyenda

Y cerramos la ruta a la cima. El Monasterio de San Pedro de Rodas, colgado sobre el mar, es mucho más que un monasterio: es un icono. Construido entre los siglos X y XII, este monumental complejo combina iglesia, claustro, campanario y palacios. Todo distribuido en terrazas que se adaptan a la montaña y ofrecen una vista inmensa sobre el Cabo de Creus.

Los capiteles, la portada del Maestro de Cabestany, los arcos y las columnas muestran un románico de alto nivel, que no renuncia a la belleza. Pero más allá de la técnica, este sitio transmite mística. Quizá sea por el paisaje. Quizá por el viento constante. O tal vez porque, como dicen las leyendas, aquí se custodiaba el cáliz de la última cena.

Sea como fuere, Sant Pere de Rodes es la culminación ideal de este viaje, un lugar que resume la fuerza, la fe y la grandeza del románico ampurdanés.


El románico ampurdanés no busca impresionar con grandes dimensiones ni adornos excesivos. Su valor está en su autenticidad, en la forma en que se integra con el paisaje y en todo lo que nos puede explicar, si nos detenemos a escuchar.

La ruta es una oportunidad para conocer una parte del patrimonio que a menudo pasa desapercibida, pero que merece la pena descubrir. Espacios bien conservados, diversos y accesibles, que ofrecen una experiencia rica y coherente, tanto para quien se interesa por la historia como para quien simplemente quiere ver sitios diferentes y con valor.

Descubrir el románico en el Empordà es también una forma de redescubrir la comarca desde otra perspectiva: más tranquila, más reflexiva y, seguramente, más auténtica.

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